“Ausencia del Estado” es la frase a la que apelan, en estos días,
políticos y comunicadores opositores para justificar los linchamientos a manos
de hordas descontroladas. Autoerigidos en voceros del sentir popular, estos manipuladores de la
opinión pública exhiben sin pudor su catadura de escorpión, utilizando hechos
desgarradores que vive la ciudadanía para calar en el hueso social y destilar
mejor el veneno de su campaña punitiva.
No casualmente son los mismos que pregonan de manera abierta o encubierta, precisamente la ausencia del Estado cuando lo que está en juego son las reglas del mercado. Muestran, así también, su catadura ideológica al concebir al Estado casi excluyentemente en su rol policiaco, porque el disciplinamiento social es la contracara necesaria del orden neoliberal que anhelan restaurar.
No casualmente son los mismos que pregonan de manera abierta o encubierta, precisamente la ausencia del Estado cuando lo que está en juego son las reglas del mercado. Muestran, así también, su catadura ideológica al concebir al Estado casi excluyentemente en su rol policiaco, porque el disciplinamiento social es la contracara necesaria del orden neoliberal que anhelan restaurar.
Este marcado sesgo ideológico se pone en evidencia cuando la ausencia
del Estado es citada para aludir a la falta de presencia policial y mano dura y
no para ponderar el rol de un Estado que en la década de los noventa estuvo
deliberadamente ausente de amplios sectores de la ciudadanía, mientras desde
sus estructuras se aplicaban políticas de ajuste que destruían el empleo,
desintegraban el tejido social y arrojaban a la pobreza y el desamparo a
millones de seres humanos que fueron condenados por generaciones. Desde hace
años, estos voceros y personeros de los intereses dominantes vienen instalando
en el centro de la agenda pública un concepto obsceno de inseguridad que divide
a la sociedad en buenos y malos, señala a una parte como víctima para
estigmatizar a la otra como victimaria, consagra tácitamente el derecho de
seguridad a una parte, mientras excluye por contrapartida a la otra, sobre la
que se ejerce casi excluyentemente la violencia estatal que descarga sobre los
individuos que la componen la mayor parte de su poder punitivo, con el agregado
de prácticas policiales ilegales.
Esa parte de la sociedad no es una construcción teórica sino que encarna
en las clases populares, cuyos miembros son, como lo ha mostrado brillante y
reiteradamente Horacio Verbitsky -citando estudios sobre criminalidad de la
propia Corte Suprema- las principales víctimas de la inseguridad. No se trata
aquí de renegar de ese poder punitivo que sólo puede ejercerlo legítimamente el
Estado con el andamiaje penal que la sociedad ha podido, bien o mal, darse para
sí. Se trata mejor de mirar la realidad en una perspectiva que integre los
hechos que dan cuenta de los diferentes roles que ha tenido el Estado a lo
largo del tiempo.
En esta perspectiva, el Estado re victimiza a los individuos cuando,
después de despojarlos hasta la desesperación, vuelve a castigarlos
aplicándoles su ya mano dura. ¿Cuánta más piden estos instigadores de la
violencia sirviéndose del fruto que supieron cultivar con su prédica
atemorizante y llena de odio contra un gobierno, cuyo pecado capital es haberse
negado a seguir sus mandatos? ¿Cuánto desparpajo más podemos esperar de
personajes como Macri o Massa que denuncian la ausencia del Estado desde cargos
electivos e institucionales? Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, cinismo es la “desvergüenza
en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”.
¿Cuánto más habremos de tolerar la ofensa de individuos con voz y
responsabilidades públicas que, apelando a la noción de un Estado ausente,
defienden, justifican y legitiman con impunidad, actos aberrantes que además,
están penados por la ley? Cuánto mayor es su cinismo cuando lo hacen como parte
de una estrategia que busca instaurar nuevamente un orden de cosas en donde el
Estado sea reducido a su mínima expresión, con las consecuencias que todos
conocemos a partir de la experiencia de los noventa.
Resulta curioso entonces que el de la inseguridad, junto con el de la
inflación y una caracterización de “corrupto” que en vano intentan endilgarle
al primer gobierno que en 60 años ha sabido ponerle límites a los poderes
fácticos aplicando políticas de inclusión y redistribución del ingreso, sean
los únicos temas que como caballitos de batalla no dejan de desplegar por mera
repetición desde todos los aparatos mediáticos de que disponen. Dado lo
impresentable de sus planes de gobierno y a falta de argumentos y objeciones
serias y racionales, apelan a los traumas que ellos mismos generaron –y en el
caso de la inflación, siguen generando- en las décadas infames que nos infligieron
cuando controlaban los resortes del poder político. De ahí el punto más alto de
su furia, la afrenta imperdonable que significa para ellos esta última década,
en la que pese a los avances, seguimos sufriendo la seguidilla de los males que
ellos mismos perpetraron. De esas consecuencias se aprovechan perversamente ahora
en un “operativo retorno”. “Cínicos” es un término que no los abarca cabalmente,
habría que inventar uno nuevo, acaso el cini-sadismo.

Clarísimo. En total acuerdo.
ResponderEliminarExcelente pincelada que desenmascara a los operadores político-mediáticos.
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