Mi primer encuentro con la idea de que la patria es el otro
lo tuve a los 5 años. Tengo mala memoria y hay cosas mucho más recientes que he
olvidado, sin embargo este encuentro me quedó grabado a fuego, probablemente
porque más que el recuerdo mental, me sobrevive el recuerdo emocional de lo que
sentí en ese momento. Algo de mi existencia quedó ahí, marcado.
Estaba caminando con mamá por la calle. Recién salíamos de
casa, un bonito edificio de Barrio Norte en donde tuve la suerte (jamás el
mérito) de nacer. Y digo suerte pura y
exclusivamente en términos materiales: vivíamos en un lindo departamento de 4
ambientes con todos los servicios y jamás me faltó nada. Años después, cuando
mis antiguos vecinos se manifestaron a los cacerolazos limpios pidiendo dólares
o viajes a Punta del Este, dejé de sentirme tan suertuda.
Pero volvamos al encuentro. Yo tenía 5 años y caminaba con
mamá por la calle. En el medio de la vereda (no al costado, exactamente en el
medio, para no ser invisible) estaba sentada una mujer muy anciana, seguramente
la más anciana que había visto en mi corta vida, y estaba pidiendo monedas,
estaba pidiendo ayuda.
Mamá le pasó por el costado sin
verla, concentrada en sus cosas o en hacia dónde iba, y yo no podía creer lo
que estaba pasando. Me pareció que mamá era mala. Todavía no entendía ni lo
tristemente habitual que era esa escena, ni que uno solo no puede ayudar a
todos, pero no voy a olvidar haber pensado fugazmente algo así como “pará, acá
hay algo que está mal”.
Lo que hice fue largarme a llorar
desconsolada, cargada de impotencia. Sentía como una desesperación de que ella
se quedará ahí, ignorada, absolutamente sola en medio de toda la gente. Corrí
atrás de mamá entre llantos y al grito de “¿¿no la vamos a ayudar??”. Mamá se
quedó helada y se le dibujó el dolor en el rostro. Pero no dudó un instante,
sacó unas cuantas monedas y me las dio, para que se las fuera a dejar en el
regazo a la vieja.
Supongo que después habrá venido
la explicación, pero no hay explicación que alcance. Ese día y todo de golpe,
en un solo cachetazo de realidad, entendí que el mundo no era justo, que no
todos éramos iguales, que había personas que no habían nacido en casas como la
mía, que necesitaban cosas que yo ni siquiera sabía que podían no tenerse, que
había chicos que no iban a la escuela, que tenían frío, que tenían hambre. Ese
día entendí que la patria es el otro, aunque todavía no supiera qué era la
patria o quién era yo. Pero había visto al otro. Al otro que necesita, al otro
que sufre, al otro que simplemente no tuvo la misma suerte que yo, que nací en
Barrio Norte.
Un cuarto de siglo después, y
porque ya entendí que uno solo no puede ayudar a todos, me encuentro militando
en un partido político que apoya un proyecto de país en el que la consigna es
La Patria es el Otro. Imposible estar en otro lado.

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