“Una mujer común que juntándose con otras mujeres comunes logran un hecho extraordinario.” Así describía a Estela de Carlotto el director que filmó una película sobre su vida en 2011. Y ese hecho extraordinario se manifestó una vez más hace dos días: Apareció Guido. El nieto de Estela. Uno de los 114 motivos por los que las Abuelas todavía hoy, 37 años después, siguen sin bajar los brazos.
Con
esa calma y esa firmeza que dan el saberse en el camino correcto, Estela
encontró a su nieto. O mejor aún, su nieto la encontró a ella. Un hecho
extraordinario. Extraordinario por la fuerza del ejemplo. Extraordinario por el
mensaje de amor. Extraordinario por las mujeres comunes que comprenden desde hace
muchos años que la unión y el trabajo colectivo hacen la fuerza, que la
reparación es la justicia, que la revancha es la memoria y que el vuelto es la
verdad. Extraordinario porque sucedió cuando ya pocos lo creían posible. Pero
extraordinario también porque las abuelas nos cierran heridas incurables, nos
marcan el rumbo, construyen colectivamente cada día un país más justo y más
democrático. Nos muestran y nos demuestran una vez más, por si 113 no fuesen
suficientes, que el amor vence al odio y que nada grande puede hacerse con la
tristeza. O, como en este caso, nada extraordinario.

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