Me sentía la personificación del divorcio entre el decir y el hacer. ¿Cómo hacer la utopía? Pensaba en otras cosas. Siempre ocupada y culposa. Siempre desconfiada. Silvio y la nada. Qué flor de imbécil el zurdito del pasillo de Ramos. La revolución y el celular.
En diciembre de 2001 estaba embarazada. Gestando vida para parirla a un país de muerte. ¿A dónde iba a nacer ese pibe? ¿A dónde huir para que no nos alcanzaran las balas, la miseria, el fuego? Por espíritu cándido o vicios de formación académica, me encanta pensar en horizontes. Para mi bebé en la panza no había. O por lo menos era difícil divisarlos. Agité una cacerola. De esas que hoy me indignan. Eran parecidas porque yo no tenía hambre. Tenía miedo.
Y después los muertos. Los ranchos en cada plaza de la ciudad. Los mocosos descalzos en cada esquina. Eran mis mocosos, pero no podía confortarlos. No sabía. Me quedaba esperando. Protegiendo entre cuatro paredes mi pequeño patrimonio. Casita, hijitos.
25 de mayo de 2003. Que se vayan todos. Si no nos hacemos cargo de que la participación política es nuestra responsabilidad, nos vamos al tacho. Sarasa. Llegó el feo. Sí, llegó. De la nada. Del culo del mundo. No lo esperaba. No esperaba nada. Le desconfiaba profundamente.
Un buen día el chabón empezó a darle vuelta a la historia nefasta. Llevándola como marca y mirando hacia adelante. Extra, extra, hizo descolgar los cuadros de los hijos de puta. Bendini se negaba, y el tipo le dijo: oiga, hace rato que es tiempo. Proceda. Procedan. Procedamos. Tiempo de que vayan a la zona de penumbra. Como los bustos de la Rosada. Al rinconcito de la historia a pagar la justa pena de la justicia por lo inconmensurable del horror. Nosotros sí tenemos humanidad. Lo quise un cacho.
Y otro día, un mal día, vi a los tipos con los que yo laburaba, derramando la leche. Como quien puede elegir qué hacer con la leche. Que puede pensar en dársela a la tierra antes que a sus hijos. Y vi confusión, discusión. Y vi al flaco marcándoles la canchita a esos prepotentes. Lo quise querer más. Un poquito más por cada improperio oligarca que escuchaba.
De repente, me encontré prestando atención. Tenía expectativas. Buenas. Entonces llegó la ley de medios. Esa que en la facu te decían que nunca se iba a sancionar. Vení, firmá los 21 maravillosos puntos que a nadie le van a importar. Pero a Cristina le importaron y ocurrió el milagro: llegó el momento en que todos recelaron de lo que decía Clarín. Inédito. Qué ganas de festejar.
Se me abría una celebración en el pecho.
Hasta el 27. Me había despertado temprano para preparar algo rico para el censista. Tengo un fetiche con los actos cívicos. Me entusiasman. Y quería contrarrestar con bizcochuelo el discurso de TN. Desconfíe del docente que madrugó, le quiere robar doña. Es un plan sistemático del gobierno. Suena el teléfono. Mi hermano: poné la tele. ¿Para qué a esta hora? Poné te digo. Se murió. No entiendo.
Miedo otra vez. Malos. Muerte. Vamos a la Plaza. Ya mismo.
Y fuimos. En familia, ¿entendés?, con hermanos. Nos tentó cantar "somos de la gloriosa". No éramos, ¿pero a quién le importaba? Y lloramos. Y acompañamos su cortejo fúnebre y a Cristina con inmensa y honesta tristeza. Hoy sigue adentro. Pero también hay alegría y profunda gratitud.
Después del 27 de octubre de 2010 me convencí de una idea, elegí lo posible sobre lo perfecto, descubrí a tantas y tantos que entendían mi lenguaje. Y salí, de mi casa, de mí misma y encontré un abrazo compañero, un camino ineludible y un sueño. Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, gracias Néstor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario