El miércoles 27 de agosto se celebró el día de la Radiodifusión en Argentina. Las efemérides vienen del año 1920. Hace 94 años, un 27 de agosto por la noche entraron en la historia los llamados “Locos de la Azotea”: Enrique Susini, César Guerrico, Miguel Mugica, Luis Romero e Ignacio Gómez crearon Sociedad Radio Argentina y se subieron al techo del Teatro Coliseo con un transmisor para efectuar la primera transmisión radial de la historia: la ópera “Pársifal”.
Desde
entonces, la locura se propagó por toda nuestra patria, por toda nuestra
historia: de Niní Marshall hasta la negra Vernaci, desde Roberto Galán a Bobby
Flores, nuestro pueblo se ha caracterizado por ofrecer un número importante de
maniáticas y maniáticos del éter.
Sin
embargo, la última dictadura dejó, entre tantas otras lamentables herencias, un
estado de cordura de mercado: en los años de represión y muerte, de
vendepatrias y cipayos, se estableció que la radiodifusión era un negocio y,
cómo tal, sólo estaba permitida la radio como mercancía.
La
herencia fue tan grande que la dictadura se fue y aunque pasaron más de 25 años
de democracia, se seguía persiguiendo a los locos. Ahora eran “truchos” o
“clandestinos”, fuera de la ley. Sin embargo, los locos seguían apareciendo,
tantas ganas tenía el pueblo de esta demencia.
Las válvulas fueron transistores, los transistores pasaron a ser
circuitos integrados, pero los locos fueron más y más. Soldando cables en la
“Plaquetodo”, colgando “paragüitas” en cientos de terrazas y azoteas. Y
armando, proyectando, viviendo, la comunicación popular.
Porque
hace 94 años hubo unos locos en la azotea, hubo radio.
Hace
diez años se anunció otra locura. La Coalición por una Radiodifusión
Democrática. Muchos cuerdos entendimos y creímos que era de esas locuras de manicomio:
nos pareció simpáticamente inviable. Derecho a la comunicación, comunicación
democrática, pluralidad de voces: todas patologías que se estudiaban en la
facultad, en libros y realidades ajenas. Otros, nos dejamos contagiar.
Entonces
ocurrió algo. Ya no solo en la radio, en todo el país había cada vez más gente desquiciada, prácticamente desahuciada,
con cantinelas extrañas y demandas delirantes: que el desarrollo con inclusión,
que la ampliación de derechos, que pueblo o corporaciones, que soberanía
popular, que…
Cuando
creímos que la locura no daba para más, un gobierno y un parlamento realmente
trastornados impulsaron y aprobaron una ley excéntrica. El resultado deja a cualquiera absorto:
radios de pueblos originarios, radios comunitarias, radios escolares, se
multiplican y crecen por todo el territorio.
Hoy,
cuando las voces de la racionalidad neoliberal piden cosas tan reflexivas,
sensatas, moderadas y prudentes, como aplicar el ajuste o creer en “la mano
invisible del mercado”, la locura de una patria libre, justa y soberana nos
sigue convocando, ahora desde múltiples voces, gracias a las locas y los locos
de la ley.

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