29 de julio de 2013

26 de julio – 20:25

Se armó un alboroto grande cuando llegó Papá. Yo casi me muero cuando lo vi, con el rostro rojo, en brazos de Antonio. Comencé a llorar y Elvira me gritó que me callara. Papá también gritaba, que dónde está Mamá. Antonio dejó a Papá en  la cama y me miró, me dijo que me calmara y le dijo a Elvira que fuera a buscar a Mamá. Acompañame, me pidió Elvira.
  Mamá había ido a lo de doña Aida. Se habían juntado varias vecinas para rezar. Doña Aida era una paraguaya que hacía curas y sacaba el empacho. La gente no había perdido la costumbre de antes, de cuando no había salita. Y aunque los doctores y las vacunas y todo eso, muchos seguían acudiendo a lo de Doña Aida. Desfilaban por la casilla que tenía una foto de ella y una virgen de Luján, un Cristo y algunas velas.
   Mamá había llegado de lo del Doctor Martínez y se había ido en seguida. Apenas tomó unos mates, dejó una bolsa de ropa que nos regalaba la señora del doctor, y se fue. Se fue sin mirar la ropa y con lágrimas en los ojos. Bronca, por más que en la casa del doctor le tuvieran cariño. ¿En qué casas de esas no estarían contentos? Hasta la señora sonreía, aunque callara cuando Mamá se acercaba. A mamá le dolía la sonrisa de la señora y quizás por eso se fue sin abrir la bolsa. “Vos estudiá” me susurró al oído mientras me acariciaba el pelo. Después se fue.
   En el camino, Elvira me contó que a Papá le habían pegado unos clientes y que el Gallego lo había amenazado con  echarlo. Pero el Gallego era un charlatán, y a Papá no lo iba a echar. Ocurrió que Papá servía y los escuchaba, hasta que no pudo más, puta será tu madre, y agarró la botella que llevaba, puta, y se la partió en la cabeza a uno. Puta será tu madre, pero eran más, como las lágrimas. Y el dolor, que le sacaba fuerzas. Aún en el colectivo sin corbatas, el eco, puta, llegaba hasta el final del asfalto.
  En la calle no había luz, había barro. Ya no llovía pero el cielo seguía negro.
  Me frené un instante para sacarme los zapatos, eran los únicos que tenía. Elvira hizo lo mismo. Nos miramos. A mi se me hizo un nudo en la garganta y Elvira se largó a llorar. En la calle no había casi nadie. De  lejos se oía una radio. En la vereda, Don Evaristo miraba sin mirar, sin mirarnos, como si se hubiera olvidado de golpe de todo lo que le hacíamos cuando pasaba con el carrito. El pobre no decía nada.
  Llegamos a lo de Doña Aida y Elvira golpeó con las manos. Salió una señora mayor. Nos vio y llamó a los gritos a Mamá. Mamá salió y Elvira le contó lo que le había pasado a Papá. Mamá volvió entonces con nosotros.  A la media cuadra se largó a llover. Mamá caminaba apurada, yo creía que por Papá.
  Al entrar a casa Mamá soltó el llanto, porque se había dado cuenta. Papá lloraba, sentado en la cama, con una mano se ponía un trapo con hielo sobre el párpado sangrado. La radio transmitía en cadena. Hasta Antonio lloraba porque nos habíamos quedado sin ella.

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