- DESARROLLO CULTURAL DEMOCRÁTICO
Asumimos como punto de partida la necesidad de actualizar una mirada política sobre la cultura que reconozca su decisiva influencia como potente motor para generar un proyecto popular - democrático que emprenda el desarrollo económico, no concebido como fin en sí mismo, sino como vehículo necesario para concretar el objetivo de avanzar en las profundas transformaciones sociales aún pendientes en nuestro país. Esto nos obliga a dejar atrás las concepciones que plantean la cultura como gasto, subsidio o inversión a largo plazo de retorno incierto y a las políticas culturales, en consecuencia, como el “complemento decorativo” de las políticas estatales.
Desde esta perspectiva, pensar el vínculo entre cultura, democracia y desarrollo, supone reconocer una conflictividad, una lógica de complementación alejada definitivamente de la idea de un consenso armonioso, entendida como construcción tensa de necesidades e intereses diversos que deben ser proyectados por políticas de estado, orientadas hacia la inclusión y la igualación de oportunidades para amplios sectores de la población históricamente excluidos y discriminados como actores culturales. Simultáneamente, debe tenerse presente que la mejora de las condiciones económicas no implican mecánicamente una mejora de las condiciones simbólicas, de modo de ambas tareas deben ir de la mano.
En este camino, entendemos que es fundamental revalorizar la centralidad del Estado y su rol histórico en América Latina como agente dinamizador de los impulsos de renovación política, social y cultural. Las políticas estatales en el área de cultura deben ser pensadas, en consecuencia, como intervenciones vinculadas con la transformación social. Al mismo tiempo, es fundamental entender que toda política estatal plantea fuertes consecuencias culturales, lo que nos obliga a pensar la política cultural en clave transversal.
En este sentido, es importante explicitar un objetivo, que debiera ser el fin último de todas las intervenciones del Estado en interacción con la sociedad civil, esto es, el incremento de la autonomía y la libertad de los seres humanos, entendiendo por autonomía aquella capacidad crítica de revisar permanentemente nuestra experiencia y las lógicas que regulan el funcionamiento social.
La posibilidad de abordar en toda su complejidad esta tarea involucra una comprensión abarcadora de la cultura, que parta del reconocimiento de su dimensión identitaria y subjetiva, que incorpore las problemáticas y perspectivas que plantean las industrias culturales, y que reconozca la centralidad que los medios de comunicación tienen en la dinámica de las sociedades actuales.
Desde una perspectiva transformadora y superadora de las visiones del desarrollo entendido exclusivamente como crecimiento económico, la desigualdad y la discriminación se manifiestan no solamente en la imposibilidad de acceso al disfrute de bienes materiales, sino también en la privación de todo derecho de apropiación de los bienes simbólicos, de ese patrimonio intangible que es la cultura y el conocimiento, el cual condiciona decisivamente las posibilidades de desarrollo y ascenso social de los sectores populares.
La cultura es un ámbito inescindible de los otros aspectos que conforman la vida social y por ello de ser reconocido como derecho fundamental, con la misma jerarquía que los derechos económicos y políticos. El vínculo entre cultura y desarrollo debe ser valorado por su capacidad de construcción de ciudadanía, en un espacio donde los derechos económicos de las empresas deben ser considerados en tensión y reciprocidad con los derechos culturales de los ciudadanos, y en el que no puede ignorarse la profunda inequidad en el acceso a los bienes culturales y en la participación en la producción y expresión cultural, tanto en los proyectos que se rigen por lógicas mercantiles, como a los comunitarios.
El umbral de ciudadanía se conquista no solo garantizando el respeto a las diferencias, sino, en primer lugar, adquiriendo los recursos competitivos indispensables para participar en la sociedad: trabajo, salud, educación y todos aquellos derechos socioeconómicos vinculados a la configuración del capital simbólico. Avanzar en la concreción de estos derechos, demanda proyectar la reducción de la brecha de estratificación, el acceso segmentado y desigual al disfrute y la producción de bienes culturales (considerando, desde ya, todo la relacionado con la oferta educativo - informacional y los bienes interactivos).
En lo que se refiere a la potencialidad de la cultura como medio del desarrollo, es de notar que la creciente participación de la producción cultural en el PBI (3,5% en el año 2009) no ha modificado sustancialmente la matriz de desigualdad que impera en lo que refiere a la participación de los sectores populares en la producción de bienes culturales. Esta situación pone en evidencia que el desarrollo de las industrias culturales no se traduce en una diversificación del mercado interno de la cultura, sino en una saturación de la oferta sustentada en una repetición de contenidos de probada eficiencia en el mercado.
La crisis del paradigma neoliberal, acabó por poner en evidencia la necesidad de pensar un modelo de producción en términos “sustentables” entendido como capacidad de medir el desarrollo no solamente con los instrumentos e indicadores de crecimiento macroeconómico sino también incorporando como parámetros prioritarios aquellos que mensuren la inclusión y la calificación de los actores y públicos culturales.
Es necesario actualizar una mirada superadora del doble standard que planifica separadamente las políticas culturales dirigidas a los sectores populares, concebidas como “gasto” y reducidas a la contención y asistencia social, de aquellas orientadas al estímulo de actividades rentables o con fines de lucro. La ampliación del mercado y la producción cultural no deben pensarse solamente vinculados al ámbito de las industrias culturales, sino que debe incorporar a los sectores populares en su carácter de actores y productores culturales.
En este sentido pensamos en políticas que promuevan la descentralización de la producción y expresión cultural en el territorio y la circulación en red para la conformación de un amplio espacio público cultural que, desde el Estado, garantice la equidad, integrando a los sectores marginalizados. Asimismo, consideramos la necesidad de ampliación de los circuitos que organizan y legitiman las prácticas culturales, ampliando su espectro y alcance más allá de las lógicas excluyentes que subyacen al libre mercado y cuyo desarrollo diversifica los modos de aproximación y apropiación de los contenidos simbólicos.
En tanto el desarrollo es en sí mismo un desarrollo cultural, y en tanto propende a la construcción de una mayor autonomía social, pensar nuestra identidad desde una perspectiva crítica, en aquello que nos reúne y en aquello que nos diferencia, resulta indispensable.
Las políticas estatales deben proponernos actuar sobre nuestros rasgos culturales identitarios, esto es, aquellas prácticas, valores y sentidos que tienen que ver con nuestra historia y patrimonio cultural, visibilizándolos y poniéndolos en tensión. Esto significa pensarnos como nación, siempre dentro del contexto de, y en relación con, la región y el mundo. En este sentido, la reposición de la idea de cultura nacional, abandonada oportunamente por su asimilación del nacionalismo militar del Proceso de Reorganización Nacional, tiene que ver hoy con la reapertura del vínculo entre Argentina y los argentinos, pensándola desde la existencia de un Estado fuerte que es el que actúa garantizando y ampliando derechos. Es solo a partir de la recuperación de este vínculo que es posible pensar la idea de soberanía nacional.
Las políticas culturales deben además reivindicar la diversidad en un contexto de no esencialización, sino de dinámica histórica y política, y en tanto necesidad de establecer un diálogo entre sectores culturales, no sólo desiguales (económicamente), sino diferentes (políticamente -por razones de etnia, género, elección sexual, etc.-), en oposición a la celebración multicultural del neoliberalismo que propone un encierro en la propia cultura que no produce más que segregación.
Estamos inmersos en una batalla donde la disputa por la hegemonía se libra como nunca antes en el espacio de configuración de nuevas formas de subjetividad.
La lógica de la mercancía se ha extendido hacia todos los ámbitos de la actividad humana incluyendo la producción y el disfrute de bienes culturales. Este rasgo distintivo de época, nos sitúa ante la necesidad de reconocer el carácter transversal e integral que hoy tiene la cultura, condicionado por las tensiones propias de un modo de producción económico y simbólico e interpelada en sus reales posibilidades de resguardo y preservación (esa es la batalla) de espacios de “relativa” autonomía
Si el futuro ya no se nos presenta entonces necesariamente como progreso, como desenlace positivo y feliz del desarrollo histórico, resulta imprescindible y urgente promover una mirada crítica, capaz de elaborar nuevas representaciones de un sentido de lugar para el sujeto -individual y colectivo- que le permitan abordar la compleja tarea de apropiarse de las herramientas para la construcción y la transformación social.
La recuperación del valor del lenguaje y la acción política como vehículo de transformación constituye un avance fundamental en esa dirección, por su capacidad para evidenciar los conflictos, tensiones e intereses muchas veces contrapuestos de los diferentes grupos y clases sociales y hacer emerger de ellos su potencialidad creadora
Los mecanismos de distinción simbólica, desarrollados desde los sectores dominantes a través de la comunicación y las instituciones encargadas de organizar y legitimar la producción, expresan en el ámbito de la cultura, lógicas hegemónicas de un relato que opera en dos niveles contrapuestos: por un lado celebrando formalmente la diversidad y estimulando las diferencias; y por el otro, desarrollando un fuerte proceso de concentración y homogeneización de las cadenas de producción, comunicación y consumo de mensajes culturales, las cuales en los hechos operan estratificando y diferenciando lo culto, de lo popular y lo masivo, incentivando formas discriminatorias del gusto y uniformando un sentido común que exacerba el rechazo a la diferencia y hacia las minorías de todo tipo: raciales, religiosas, sexuales, económicas
Es necesario oponer a la existencia de estos mecanismos discriminatorios de distinción simbólica pautas de democratización que estimulen la diversidad, pero sobre todo el intercambio y las posibilidades de apropiación del capital simbólico.
El recupero de nuevos sentidos para lo público, en ese vínculo tenso entre desarrollo – democracia – equidad, debe concebirse como espacio de estímulo hacia los emprendedores en un sentido amplio (incluyendo las industrias culturales y sin perder de vista las expresiones y emprendimientos culturales que no persigan rentabilidad), pero fundamentalmente de defensa y estimulo hacia los sectores más indefensos frente al poder de las corporaciones. Pensar lo público entonces como igualador de oportunidades, como generador de espacios emancipatorios donde se desarrolle la información independiente y se legitimen en un plano de igualdad las demandas de la todos los ciudadanos y ciudadanas.
Pensar en términos políticos el derecho a la cultura y el desarrollo cultural para la equidad en el acceso y la participación, requiere desarrollar un programa que aborde progresivamente:
El reconocimiento, visibilidad y estimulo en un plano de igualdad de toda la diversidad y heterogeneidad de la producción cultural atravesando todas las clases sociales y colectivos (y públicos) culturales (el proyecto de regionalización de Puntos de Cultura es una apuesta interesante en esta dirección)
La resignificación y puesta en valor de la identidad nacional invitando a una reflexión profunda sobre quiénes somos, y achicando la distancia entre la Argentina y los argentinos, desde una perspectiva de integración con la región y el mundo.
La creación de espacios de encuentro y diálogo intercultural, es decir, entre los diferentes colectivos culturales hoy segmentados en base a la desigualdad (económica) y a la diferencia (política, étnica, sexual, religiosa), pensando este espacio no desde la armonía eventual del consenso, sino desde la potencialidad creadora del conflicto