Tomá la voz, dámela a mí

Fanática no. Convencida


Hoy defiendo a este gobierno con uñas y dientes. Aunque gracias a la Historia, no necesito usarlos. Con voto y militancia alcanza, porque hoy respiramos en Argentina unos aires democráticos puros como nunca en la historia de esta nación.

Sin embargo, no fui siempre así. Nací en un hogar de clase media antiperonista y mi primer recuerdo político es haber llorado a los 8 años frente al televisor cuando Menem le ganó a Angeloz. Papá radical estaba furioso. Mamá hija-de-ingeniero-exiliado-a-Bolivia-por-putear-a-Perón, desconsolada. Qué lágrimas anticipatorias de una época oscura por venir. Nos pasábamos esos años descargando con Tato Bores los domingos o con algún que otro programita político que cada tanto le pegaba a Menem con cariño. Pero todo era tibio. La bonanza era grande, teníamos dólares y gracias a Menem conocí Disney en 1992. El viaje más groso de mis cortos 11 años hasta que en el 93 me llevaron a Bariloche y pensé que era genial que el lugar más lindo de la tierra estuviera en mi país.

En el 99 voté por primera vez ilusionada a la Alianza. Radicales + Chacho, fórmula gloriosa. Duró lo que un suspiro. El final lo conocemos todos. Llegó diciembre de 2001 y salí con mamá a cacerolear en Coronel Díaz y Santa Fe, a 2 cuadras de casa, con todos los vecinos que estábamos hartos de toda la clase política que se había fumado nuestro dinero aliada con el poder económico y entonces bueno, que paguen los de siempre: 26% de desocupación, ahorros confiscados, viejos y maestros muertos de hambre.

Llegó 2003 y el tipo que decidía el rumbo del país era Duhalde. Qué espanto había en casa. ¿Qué íbamos a hacer? Apareció trayendo al flaco birolo y no sé por qué, nos cayó bien. El tipo tenía cara de bueno y hablaba como un político de los que yo nunca había visto más que en los libros. Nos pusimos el ganchito de ropa en la nariz y decidimos votar a un peronista. Pero parecía lo más potable, qué se yo, perdido por perdido qué vas a hacer, tenés que votar al que parezca menos malo.

Y tuvimos suerte, porque a Néstor lo votamos de pedo. Inútil es nombrar aquí todas las cosas por las que nos fue devolviendo la esperanza y la dignidad como país. FMI ALCArajo y la bajada de cuadros en la ESMA, entre muchas otras cosas, nos gustaron demasiado.

Decidimos apoyar al gobierno pero sin saber todavía cómo era la cancha en donde se jugaba ese partido. Y tampoco estaba todavía claro quién jugaba en cada equipo. Hasta el momento, partido de verdad no había habido. Poder Político jugaba con Poder Económico por lo tanto, no había contrincante. Y recuerden que en casa veníamos de unos años en donde volver a creer en la política estaba todavía puesto en duda.




En 2007 y con vergüenza admito no haber votado a Cristina (y si me pinchan un poco más, les cuento que en la Ciudad, le puse la confianza al Pino. Cosas que pasan.). Voté a Lavagna pensando otra vez en la platita porque nos había sacado bien de la crisis y además, es peligroso que un gobierno concentre todo el poder. Se pueden volver autoritarios y empezar a cagarla sin que nadie los pueda frenar. Mejor repartir, pensé.

Y finalmente, el gobierno de Cristina. El campo se le tiró encima de inmediato con la excusa de las retenciones que al final, bien hubieran hecho en aceptarlas. Pero ahí, exactamente ahí, se dividieron las aguas. Yo creo que Cristina era consciente de que acababa de empezar el partido y ella no quería perder el primer set. Con mamá no entendíamos por qué había dilatado tanto un conflicto que podía haber resuelto antes. Ahora sí.

El conflicto nos aclaró el campo de juego. Poder Político se había enfrentado a Poder Económico y estaba empezando el partido. Imposible no elegir bando. Ya habían pasado 8 años y seguían haciendo cosas que me gustaban. No me estaban defraudando y se murió Néstor. Lo lloré tanto como a mi padre, que se fue de este mundo unos meses después y decidí que quería participar. Estaba harta de discutir sólo en Facebook. Quería hacer algo para apoyar el proyecto de país que recién había terminado de entender y en 2011 inicié mi militancia.

Hoy defiendo a este gobierno con uñas y dientes. Y aun así, no soy una fanática. Soy una convencida a la que le costó unos cuantos años, muchas discusiones y unas cuantas roturas de esquema entender cómo funcionaba el poder en el mundo y qué estaba haciendo cada uno en función de eso. A mi instinto idealista que creía que la perfección era posible, le costó mucho aprender a vivir en la contradicción. Y ese hoy, es mi lema.

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