28 de abril de 2014


Y al final, llegó el gran día. Un día con el que soñamos hace más de 1 año, desde el momento en que decidimos encarar este proyecto. Junto a muchos compañeros y compañeras, el jueves 24 de Abril presentamos en el Centro Cultural Caras y Caretas “Vidas Militantes”, el primer documental producido por Argentina Multicolor y la Comisión de Cultura y Comunicación de Nuevo Encuentro. 


El evento comenzó puntualmente a las 18 hs, en donde entramos en calor e intentamos (tal vez en en vano) aplacar un poco los nervios del debut entre charlas, café y facturas, mientras disfrutamos de una muestra fotográfica sobre el documental, una muestra de ilustraciones de los compañeros del espacio Dibujantes Trabajando, y una exposición de revistas culturales, entre ellas Hamartia, La 14, Pico y Pala y la publicación de Nuevo Encuentro Comuna 2. A las 19:30 hs, iniciamos la proyección de la película ante más de 150 personas, entre las que estuvo presente el legislador porteño por Nuevo Encuentro José Campagnoli.


Vidas Militantes recorre la historia de Delia Bisutti, Francisco D'Alessio, Fernando Haber, Fernando Ostuni, Sergio Pra, Rodolfo Rapetti, Paula Roffo y Silvia Saladino.

El documental es una realización colectiva que buscó, a través de acercarse a las historias de militancia de cada uno de estos compañeros, reflexionar sobre nuestro pasado, desde nuestro presente y mirando futuro.  


Finalmente, luego de la proyección, Valeria Barbuto, Directora de Memoria Abierta, nos compartió algunas interesantes reflexiones sobre nuestro trabajo colectivo.

Queremos agradecer a todos los compañeros, compañeras, amigos y amigas que nos apoyaron para que este evento fuera posible. “Vidas Militantes” representa para nosotros un sueño cumplido: poder hacer comunicación audiovisual comunitaria y plasmar en acto el espíritu de una Ley de Medios por la que luchamos y militamos mucho tiempo y que por fin hoy ya es realidad.




7 de abril de 2014

¿Cini-sadismo?


“Ausencia del Estado” es la frase a la que apelan, en estos días, políticos y comunicadores opositores para justificar los linchamientos a manos de hordas descontroladas.  Autoerigidos en voceros del sentir popular, estos manipuladores de la opinión pública exhiben sin pudor su catadura de escorpión, utilizando hechos desgarradores que vive la ciudadanía para calar en el hueso social y destilar mejor el veneno de su campaña punitiva. 

No casualmente son los mismos que pregonan de manera abierta o encubierta, precisamente la ausencia del Estado cuando lo que está en juego son las reglas del mercado. Muestran, así también, su catadura ideológica al concebir al Estado casi excluyentemente en su rol policiaco, porque el disciplinamiento social es la contracara necesaria del orden neoliberal que anhelan restaurar.

Este marcado sesgo ideológico se pone en evidencia cuando la ausencia del Estado es citada para aludir a la falta de presencia policial y mano dura y no para ponderar el rol de un Estado que en la década de los noventa estuvo deliberadamente ausente de amplios sectores de la ciudadanía, mientras desde sus estructuras se aplicaban políticas de ajuste que destruían el empleo, desintegraban el tejido social y arrojaban a la pobreza y el desamparo a millones de seres humanos que fueron condenados por generaciones. Desde hace años, estos voceros y personeros de los intereses dominantes vienen instalando en el centro de la agenda pública un concepto obsceno de inseguridad que divide a la sociedad en buenos y malos, señala a una parte como víctima para estigmatizar a la otra como victimaria, consagra tácitamente el derecho de seguridad a una parte, mientras excluye por contrapartida a la otra, sobre la que se ejerce casi excluyentemente la violencia estatal que descarga sobre los individuos que la componen la mayor parte de su poder punitivo, con el agregado de prácticas policiales ilegales. 

Esa parte de la sociedad no es una construcción teórica sino que encarna en las clases populares, cuyos miembros son, como lo ha mostrado brillante y reiteradamente Horacio Verbitsky -citando estudios sobre criminalidad de la propia Corte Suprema- las principales víctimas de la inseguridad. No se trata aquí de renegar de ese poder punitivo que sólo puede ejercerlo legítimamente el Estado con el andamiaje penal que la sociedad ha podido, bien o mal, darse para sí. Se trata mejor de mirar la realidad en una perspectiva que integre los hechos que dan cuenta de los diferentes roles que ha tenido el Estado a lo largo del tiempo. 

En esta perspectiva, el Estado re victimiza a los individuos cuando, después de despojarlos hasta la desesperación, vuelve a castigarlos aplicándoles su ya mano dura. ¿Cuánta más piden estos instigadores de la violencia sirviéndose del fruto que supieron cultivar con su prédica atemorizante y llena de odio contra un gobierno, cuyo pecado capital es haberse negado a seguir sus mandatos? ¿Cuánto desparpajo más podemos esperar de personajes como Macri o Massa que denuncian la ausencia del Estado desde cargos electivos e institucionales? Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, cinismo es la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. ¿Cuánto más habremos de tolerar la ofensa de individuos con voz y responsabilidades públicas que, apelando a la noción de un Estado ausente, defienden, justifican y legitiman con impunidad, actos aberrantes que además, están penados por la ley? Cuánto mayor es su cinismo cuando lo hacen como parte de una estrategia que busca instaurar nuevamente un orden de cosas en donde el Estado sea reducido a su mínima expresión, con las consecuencias que todos conocemos a partir de la experiencia de los noventa.

Resulta curioso entonces que el de la inseguridad, junto con el de la inflación y una caracterización de “corrupto” que en vano intentan endilgarle al primer gobierno que en 60 años ha sabido ponerle límites a los poderes fácticos aplicando políticas de inclusión y redistribución del ingreso, sean los únicos temas que como caballitos de batalla no dejan de desplegar por mera repetición desde todos los aparatos mediáticos de que disponen. Dado lo impresentable de sus planes de gobierno y a falta de argumentos y objeciones serias y racionales, apelan a los traumas que ellos mismos generaron –y en el caso de la inflación, siguen generando- en las décadas infames que nos infligieron cuando controlaban los resortes del poder político. De ahí el punto más alto de su furia, la afrenta imperdonable que significa para ellos esta última década, en la que pese a los avances, seguimos sufriendo la seguidilla de los males que ellos mismos perpetraron. De esas consecuencias se aprovechan perversamente ahora en un “operativo retorno”. “Cínicos” es un término que no los abarca cabalmente, habría que inventar uno nuevo, acaso el cini-sadismo.