“Tendría
que comprarme un par de ojotas” piensa, mientras se mira las
negras, gastadas por sus pies planos que le hacen cargar sus casi
noventa kilos sobre los arcos del plástico. Pero pasa por el puesto
del mantero y sigue, porque no sabe si le va a alcanzar la plata.
Complica la inflación, aunque Zaiat se lo explique en la radio, y
uno ya sabe quiénes son los hijos de puta de los formadores de
precio. Algo se aprendió en estos años. “Te juro, que en los
malos momentos...”, le sale el cantito y no se da cuenta de que no
lo piensa de que lo va cantando a capella, hasta que uno le hace el
coro en la vereda, con los deditos en Ve.
Bueno,
tampoco son malos momentos, reflexiona. Es que ya no es un pibe, ni
es tampoco el militante que supo ser, aunque siga yirando, metiendo
las narices en más de un quilombo, en el gremio, en el
centro cultural del barrio. Lo que pasa es que Papá Noel será un
invento imperialista de la Coca Cola pero las ganas de la felicidad
de un rato con los pibes abriendo los regalos no la cambia por nada,
así que hay que malabarear con los regalos.
No
gastarse treinta pesos en un par de ojotas, es de rata, que no se lo
diga nadie. Es que no es problema de plata, también es el tiempo.
Tiene que salirse del circuito, en Once no encuentra remeras de
Zamba, ni de la Princesa Medialuna. “Qué boludo”, piensa,
que podría haber comprado, previsor, en la última excursión a
Tecnópolis. “Veintitrés millones de veces fuiste, gratis, y no se
te ocurrió gastar una moneda, qué rata” Ahora tiene que
peregrinar. ¿Pero cómo negarse? Al contrario, esa sí es una tarea
militante. San Martín mata a Mickey. Recordar el aburrimiento
milicoide de la “Anteojito” y ver a los nenes jugando disfrazados
de granaderos al grito de “seamos libres y lo demás no importa”
(alta muletilla del mayor), le llena el alma de alegría y
satisfacción. Eso sí es un triunfo, se dice, y le mete pata.
¿El
Museo del Bicentenario? Uh, por más que sea el padre, los enanos lo
van a putear si se enteran que anduvo por ahí y no los llevó. Y
todo a los santos pedos, y en medio de la lluvia que se larga, y en
ojotas, ojotas de arcos vencido, que te hacen resbalar ¿Qué corno
le pasa al clima que te cagás de calor toda la semana y viene a
llover los sábados? El sábado pasado en la plaza también, se les
cortó, a ellos, la fiesta por la lluvia y sí, porque ya no somos
pendejos y si se te enferma un enano después es un quilombo toda la
semana. Corriste con el chaparrón y casi te vas de culo al piso, por
culpa de las ojotas, llantas arruinadas que ya ni dibujos tienen. Y
al final, mirándola a Cristina en la tele, bueno, en la TDA, se
recuerda, contento, de esa super pequeña epopeya, mínima,
entrañable: haber dejado de pagarle “el cable” a la corpo,
quedarse con la televisión pública. "¡Quistina!"
grita el más chiquilín, que nació en un país donde una mujer es
presidente por el voto popular y los científicos fabrican
satélites.
Ahora
llueve otra vez y a correr por la ciudad. Ya se perdió el almuerzo
del sindicato, no va a llegar al brindis del centro cultural, Ya
tiene las remeras, ahora, a Constitución, a buscar otra
quimera: pasaje en tren a Mar del Plata. Ese tren nuevo, de lujo, que
no la puede creer. Sabe que cuando se suba, se va a sentir más feliz
que cuando anduvo en el AVE de Madrid a Sevilla, en los tiempos del
uno a uno, porque es un sabor distinto, ponele de patria, sí. Aunque
le de vergüenza que su preocupación sea esa y se repite que no, que
esta vez sí la guita la tenía ahorrada, pero como con el cable,
quiere el tren, el mismo que cuando pibe viajaba con los viejos a
Chapadmalal. Difícil que el chancho chifle decía la abuela, pero
bue, a probar, y de paso, cañazo, pasar por la carnicería de la
calle Brasil, la que tiene Precios Cuidados y una carne de puta
madre. Que se jodan los de Recoleta y paguen el impuesto al Gorila.
Le
suena el celu, es el Laucha, que llama, seguro para putearlo por el
brindis. Hay que festejar, salió la ley de Centros Culturales, una
que le ganamos a Maurizio. Pero resulta que no, el otro todavía está
en la calle, en la avenida de Mayo, están recordando a los pibes y
se hizo una escapada. Y ahí él se acuerda. Se acuerda de todo, se
acuerda de golpe.
Se
acuerda de que es 20 de diciembre, que los pibes que habla el Laucha
son los pibes que cayeron. Se acuerda de que pudo ser él, de que
pudo ser el Laucha, Soda, Mamacha, Gise o cualquiera de la banda. Es
20 de diciembre pero es sábado, no como aquel, que era jueves y que
también se la pasó todo el día de un lado a otro de la ciudad. Se
acuerda de que estaba sin cable porque se lo cortaron, y sin teléfono
también. Y sin trabajo. Se acuerda de las madrugadas en la puerta de
Clarín para manguear los clasificados gratarolas, los paquetes de
Viceroy y Richmond, el tabaco más berreta del universo y
alrededores, y de cómo finalmente dejó de fumar porque le daba
vergüenza andar mangueando.
Y
se le empiezan a juntar lagrimitas de angustia de sólo imaginarse a
los enanos a mate cocido y arroz, estoica dieta que tanto no le
importaba a su juventud. Y se acuerda del Laucha la semana pasada, en
la plaza de la lluvia, levantándolo del piso y diciéndole viejo
pelotudo, ya te olvidaste que a la plaza no se viene en ojotas. Y ahí
sí, tiene que hacer un esfuerzo, para acordarse de cuándo fue que
ir a la plaza dejó de ser una excursión a los indios ranqueles, que
la mochila con el agua, los limones, el buzo, el pañuelo, los trapos
de piso mojados y los teléfonos de los bogas de la Liga se cambiaron
por el mate, el termo y las masitas para la merienda con los peques.
¿A quién se le hubiera ocurrido ir a la plaza en ojotas?
“No
seas rata”, se dice y se sonríe al ver al negro carbón que
también se sonríe, que dejó el alma y la vida del otro lado del
océano y a pesar de la Metropolitana y todo, la rema, porque tiene
con qué. “Gallina”, piensa, y nunca sabrá que se hizo de River
porque un ñato le regaló la remera en la pensión, porque los
colores son los mismos que su amado Diambars. Y ahora está contento
con la Sudamericana, y con el fin de año de módica fiesta, en una
tribu tan extraña y tan querible como la patria que lo acoge. Y él
se acuerda del Soda, rumiando otra derrota con acento madrileño y
otra vencido, manteando en el Rastro, pensando en la vuelta.
La
calle es un embole de gente que va y viene, corriendo sin gases, sin
montada, sin postas de plomo y él se siente un boludo como Gastón
Pauls en “Felicidades”. “No seas rata” se repite sin que haga
falta, porque ya se convenció. Agarra las ojotas nuevas, se las
mide. Le da los billetes al pichón de Balanta, se pone las nuevas y
manda a las viejas al tacho de la esquina. Mañana vuelve por la
carne, ahora se apura, si le mete pata, llega al centro cultural, a
brindar con los compañeros.