Fin de Ciclo
1814: Lejanos parece ya
el eco de los gritos de libertad de aquel 25 de mayo de 1810.
Belgrano al frente del
Ejército del Norte es derrotado en Vilcapugio y Ayohuma.
La revolución cae en
Chile: los realistas triunfan en Rancagua. Con O'Higgins al frente, los
patriotas chilenos cruzan los Andes hacia el exilio.
La asamblea del año 13 se
disuelve sin declarar la independencia.
El rey de España quiere
su corona, el imperio quiere sus colonias.
No hay otra lectura
posible que el fin de ciclo de la revolución.
Es, dicen, inevitable,
inexorable, impostergable.
Lo saben y lo pregonan
los monárquicos que le temen al poder del pueblo
Lo saben y lo pregonan
los mercaderes que prefieren ser colonia para hacer mejores negocios.
Lo saben y lo pregonan
los terratenientes que no quieren patria sino estancia.
Lo saben y lo pregonan
los correveidiles y cipayos siempre predispuestos a lamer la bota de cada nuevo
amo.
Los que no lo saben son
los gauchos montoneros que levantan sus tacuaras junto a Güemes, ni los indios
ni los esclavos que suman a los ejércitos patriotas, ni los revolucionarios que
en las horas de incertidumbre no pierden la fe ni abandonan la lucha.
Sin pueblo no hay
revolución
Ese compañero jovencito
no imaginó que aquella fiesta del 25 de mayo terminaría en otro mayo cercano,
saliendo de la plaza con el llanto y la bronca ante la traición.
Esa mamá que veía la
plaza rota por la tele, no se imaginó algunos años después rondando esa plaza,
buscando a sus hijos.
Ese periodista
comprometido que cubría la ronda de pañuelos no se imaginó ver la plaza colmada
para vivar a un general genocida liderando una guerra idiota.
Ese granadero apostado en
la casa Rosada no se imaginó que aquella plaza volvería a estar colmada de
banderas de todos los colores para festejar la democracia que curaba, educaba y
daba de comer.
Ese chico que estuvo a
upa del viejo en esa fiesta no se imaginaba que años después estaría luchando
por la plaza contra la suma de todas las desilusiones hecha represión.
En esa plaza, ese
periodista no se había imaginado que la cana iba cargar así contra las viejas
de pañuelos blancos. Pero esa mamá se imaginó apenas el dolor de sus hijos al
sentir la carga de la montada.
Eso fue hace mucho
tiempo. En otras plazas
En esta plaza de hoy,
aquella mamá anciana, ese jovencito que peina canas, ese periodista jubilado,
ese señor que ahora lleva a su pibe a upa, esos
que vienen caminando y luchando y cantando esperanzas desde hace 11
años, no hubieran querido imaginarse otra cosa que esta fiesta del pueblo y no
dejan de imaginarse las batallas que vendrán para seguir construyendo esta
alegría.
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