27 de mayo de 2014

Fin de ciclo - Sin pueblo no hay revolución



Fin de Ciclo

1814: Lejanos parece ya el eco de los gritos de libertad de aquel 25 de mayo de 1810.
Belgrano al frente del Ejército del Norte es derrotado en Vilcapugio y Ayohuma.
La revolución cae en Chile: los realistas triunfan en Rancagua. Con O'Higgins al frente, los patriotas chilenos cruzan los Andes hacia el exilio.
La asamblea del año 13 se disuelve sin declarar la independencia.
En Waterloo se cierra el sueño burgués de libertad, igualdad y fraternidad.
El rey de España quiere su corona, el imperio quiere sus colonias.
No hay otra lectura posible que el fin de ciclo de la revolución.
Es, dicen, inevitable, inexorable, impostergable.
Lo saben y lo pregonan los monárquicos que le temen al poder del pueblo
Lo saben y lo pregonan los mercaderes que prefieren ser colonia para hacer mejores negocios.
Lo saben y lo pregonan los terratenientes que no quieren patria sino estancia.
Lo saben y lo pregonan los correveidiles y cipayos siempre predispuestos a lamer la bota de cada nuevo amo.
Los que no lo saben son los gauchos montoneros que levantan sus tacuaras junto a Güemes, ni los indios ni los esclavos que suman a los ejércitos patriotas, ni los revolucionarios que en las horas de incertidumbre no pierden la fe ni abandonan la lucha.


Sin pueblo no hay revolución

Ese compañero jovencito no imaginó que aquella fiesta del 25 de mayo terminaría en otro mayo cercano, saliendo de la plaza con el llanto y la bronca ante la traición. 
Esa mamá que veía la plaza rota por la tele, no se imaginó algunos años después rondando esa plaza, buscando a sus hijos.
Ese periodista comprometido que cubría la ronda de pañuelos no se imaginó ver la plaza colmada para vivar a un general genocida liderando una guerra idiota.
Ese granadero apostado en la casa Rosada no se imaginó que aquella plaza volvería a estar colmada de banderas de todos los colores para festejar la democracia que curaba, educaba y daba de comer.
Ese chico que estuvo a upa del viejo en esa fiesta no se imaginaba que años después estaría luchando por la plaza contra la suma de todas las desilusiones hecha represión. 

En esa plaza, ese periodista no se había imaginado que la cana iba cargar así contra las viejas de pañuelos blancos. Pero esa mamá se imaginó apenas el dolor de sus hijos al sentir la carga de la montada.
Eso fue hace mucho tiempo. En otras plazas
En esta plaza de hoy, aquella mamá anciana, ese jovencito que peina canas, ese periodista jubilado, ese señor que ahora lleva a su pibe a upa, esos  que vienen caminando y luchando y cantando esperanzas desde hace 11 años, no hubieran querido imaginarse otra cosa que esta fiesta del pueblo y no dejan de imaginarse las batallas que vendrán para seguir construyendo esta alegría.


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