- No - responde ella, para corregirse al segundo - no hasta los juicios. Es ese señor sentado en el fondo.
Lo señala y los ojos del mundo se nublan.
- ¿Puede ser filmado para que conste a quién identificó?- solicita el abogado de cargo.
Las luces lo enfocan. El rayo de la historia se clava en la frente del carcelero torturador.
Mi hija, nacida diez años después de la dictadura, percibe como esos libros de texto de la secundaria que hablaban de un pasado, reciente pero igualmente remoto, se materializan en la sala.
Es la hora exacta.
Yo nunca quise marcarle un camino. Ella no está ahí por mí.
Está por ella. Por todos; acompañando a Silvia en su increiblemente
corajuda persistencia por Justicia.
Escucho una y otra
vez el relato de mi siempre niña. Las lágrimas corren lento por mi
rostro. Los años caen en sus respectivos casilleros.
Levanto la mirada y el cielo es una estampida de intensidades en tránsito.
También la calle.
Néstor Ventaja
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